El día llegó para Pirizquirisqui. Así le decía yo a una perrita que mis vecinos sacaron a la calle porque se comió a las gallinas que acababan de recibir. No vamos a decir cuántas, pero más de diez sí fueron. Sus días en la calle comenzaron bien porque era una cachorra juguetona que movía la cola a todo lo que se le acercara. Varios le dábamos de comer, le pusimos un costal para que se durmiera y jugábamos con ella. Aprendió a corretear a los coches que pasaban y a ladrar a la gente que se acercaba a su pedazo de calle.
¿Quién le iba a enseñar a no ponerse entre las llantas de los coches y a no ladrarle a la gente?
Ayer un vecino la atropelló. Lo indignante del asunto es que esta vez no fue porque ella corriera por entre las llantas del coche. La atropelló con toda la intención de hacerlo; la perra estaba echada a un lado de la calle. No tuvo la intención de detenerse, de pitarle, de hacerla mover. No se detuvo y le pasó la camioneta encima. Cuando escuchó el aullido de dolor del animal no se detuvo. Siguió de largo y se fue a su casa.
Cuando otros vecinos salieron a auxiliar a la perra y buscaron al responsable, éste nunca salió. Se escondió en su casa para no responder del acto que acababa de cometer.
En nuestro pueblo la vida de un perro no vale nada. Por un lado, sus dueños enojados la sacan a la calle, haciéndola responsable de su descuido. En la calle nadie la puede adoptar porque sigue siendo propiedad de la gente que la echó.
Ladra y ladra porque ahora que está en la calle cree que ese pedazo de cuadra es de su propiedad. No mordió a nadie, sólo defendía lo que creía que era suyo.
Su sangre sigue a un lado de mi puerta porque ahí estaba echada cuando la camioneta pasó encima de ella. Me esperaba para que le diera su pedazo de pollo, para que la acariciara o para subirse al cofre del coche y dormir.
A mí me duele que la vida sea tan menospreciada.
¿Quién le iba a enseñar a no ponerse entre las llantas de los coches y a no ladrarle a la gente?
Ayer un vecino la atropelló. Lo indignante del asunto es que esta vez no fue porque ella corriera por entre las llantas del coche. La atropelló con toda la intención de hacerlo; la perra estaba echada a un lado de la calle. No tuvo la intención de detenerse, de pitarle, de hacerla mover. No se detuvo y le pasó la camioneta encima. Cuando escuchó el aullido de dolor del animal no se detuvo. Siguió de largo y se fue a su casa.
Cuando otros vecinos salieron a auxiliar a la perra y buscaron al responsable, éste nunca salió. Se escondió en su casa para no responder del acto que acababa de cometer.
En nuestro pueblo la vida de un perro no vale nada. Por un lado, sus dueños enojados la sacan a la calle, haciéndola responsable de su descuido. En la calle nadie la puede adoptar porque sigue siendo propiedad de la gente que la echó.
Ladra y ladra porque ahora que está en la calle cree que ese pedazo de cuadra es de su propiedad. No mordió a nadie, sólo defendía lo que creía que era suyo.
Su sangre sigue a un lado de mi puerta porque ahí estaba echada cuando la camioneta pasó encima de ella. Me esperaba para que le diera su pedazo de pollo, para que la acariciara o para subirse al cofre del coche y dormir.
A mí me duele que la vida sea tan menospreciada.
Ay que tristeza de historia, pero que gusto descubrir tu blog y saber (con gusto pero un poquito de pena, jiji), que sigues mi blog.
ResponderEliminarUn abrazo.
Por cierto, a mi hijo le encanta ese libro de la estrella que le reagalaste, gracias.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarSi, mi narradora, es bueno el blog. ¿Luego platicas también, y si quieres,cómo es aquello que haces con las niñas y niños, las clases, la relación con las mamás? Me pareció muy interesante. Beso
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