sábado, 30 de octubre de 2010

La fiesta de Don Abel

A veces criticamos algo que nos gustaría hacer o que quisiéramos hacer; este es el caso de Don Abel a quien le gusta festejar todos los cumpleaños de su familia, además de la fiesta de muertos, la Rosca de Reyes, el día de la Virgen de Guadalupe, Navidad, Año Nuevo.
Así que al año festeja al menos 22 fiestas y la gente dice que en lugar de tanta fiesta debería acabar su casa o ahorrar ese dinero. Entonces surgen las preguntas: para quién sería ese dinero o para qué. Ahorrar o invertir, valores que Don Abel no comparte porque él sólo quiere festejar.

Yo me uno a sus ganas de festejar, además de que agradezco enormemente que me invite a sus fiestas.

Antes que nada, la lona. Ese gran plástico amarillo que es como la bandera, la señal, el signo primero del festejo que va a tener lugar.





Después vienen los niños. La convocatoria es familiar y los primero que se nota es la llegada de nietos, sobrinos, sobrino-nietos. Todos dispuestos a jugar y a pasarla bien.

Esta vez festejamos el cumpleaños de Adrián, que fue disfrazado de Ñoño, uno de los personajes del chavo del ocho. Cumple un año de edad y después de dormir la siesta estaba muy relajado para estar en su fiesta.
Parte del disfraz era la paleta que traía y que lo hacía muy feliz.



COMAN, COMAN, COMAN


Esa era el grito de ataque contra un delicioso pozole de cabeza de puerco. Coman, coman, coman, nos decía cada uno de los integrantes de la familia. Martín y yo llegamos a los dos platos con tanto coman, coman, coman.


El pastel estaba listo, al igual que los recuerdos para los niños.
Y sí, con el dinero podría haber repellado una parte del frente de su casa o habría puesto en el banco unos seis mil pesos o los habría guardado para una urgencia, pero no podría haber disfrutado de ver nuestras caras llenas de placer por la comida, la risa de los niños y aunque puede sonar cursi, la satidfacción que le dan sus fiestas no se lo podrían dar ni el repellado ni la cuenta ni el dinero guardado en el colchón.

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